Víctor Hernández | Globalthought
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La seguridad hídrica también es seguridad nacional

19 mar 2024

Víctor Hernández

Mientras sigamos asumiendo que la seguridad nacional consiste en corretear al Chapo, docenas de riesgos y amenazas a la vida y patrimonio de los mexicanos se nos escaparán por debajo de las narices hasta que, como en el caso del agua, la crisis nos golpee y no haya absolutamente nada que se pueda hacer para reaccionar frente a ella en el corto plazo.

La crisis hídrica en el Valle de México continúa agravándose conforme el nivel de agua en las presas que componen el sistema Cutzamala continúan descendiendo, alcanzando un mínimo histórico en marzo de 2024 de 37% de capacidad. Esta crisis expone a millones de mexicanos a riesgos sanitarios ante la imposibilidad de realizar sus labores de higiene y limpieza ordinarias y, quizás aún más grave, los expone a la inevitable conflictividad social que emerge de la competencia por recursos escasos.


            La negligencia en torno a la seguridad hídrica es sólo una de muchas instancias donde la política de seguridad nacional mexicana adolece históricamente de los mismos problemas. Los mismos síntomas que ahora describiré aplican no sólo a la agenda de la seguridad hídrica, sino que comparten muchas semejanzas con otras crisis que atraviesa el país:


1.    El problema no es nuevo, por décadas los especialistas advirtieron la inevitable llegada del día cero, y mientras que la realidad a ritmo lento pero seguro actualiza los escenarios que estaban previstos, en la política mexicana no se piensa a largo plazo sino en términos de sexenios y trienios. No hay ningún incentivo para ningún alcalde, gobernador o presidente de emprender proyectos a largo plazo que va a cosechar alguna administración décadas en el futuro. ¿Para qué reparar tuberías o emprender megaproyectos de obra pública que se inaugurarán en 10 y 20 años y se colgará la medalla quien lo inaugure? Un ejemplo de esta lógica político-electoral es el Aeropuerto Felipe Ángeles. No importa que no tenga los permisos de IATA para operar, no importa que se construya al vapor, no importa que los usuarios y aerolíneas no quieren utilizarlo ni por error, lo que importa es inaugurarlo en el mismo sexenio que se inició la obra, para que la medalla sea para la administración que empezó la construcción.


2.    Se ignoró a los expertos. En muchas ocasiones los técnicos especialistas encontraron mucho más eco a sus inquietudes en torno al agua en los medios, en las universidades y entre la sociedad civil que dentro del sector que podía hacer algo para prevenir la crisis, a saber, el propio gobierno.


3.    No existe solución a corto plazo a la crisis. Así como tomó de décadas de negligencia para llegar a su cenit, requiere de igual o más tiempo su solución. La construcción de presas, reparación de kilómetros de tuberías, la construcción de nuevas instalaciones de captación de agua de lluvia, no pueden hacerse de un día para otro.


4.    Como muchas otras actividades en México, la crisis hídrica también se ve atravesada por la criminalidad. Conagua reconoce la existencia de huachicoleo de agua y, ante la inminente conflictividad social por la falta de agua en el Valle de México, el crimen organizado puede encontrar una lucrativa oportunidad de negocio distribuyendo el valioso líquido a cambio de una cuota. El crimen organizado se especializa en la venta de productos de demanda inelástica, aquellos que la gente no puede vivir sin ellos por la necesidad fisiológica (natural o creada) que existe de ellos. Estos mercados negros ya se especializan en drogas ilegales, tabaco pirata y vapes. En no pocos meses, a ese mercado se le puede sumar el agua.

 

Lamentablemente la seguridad hídrica nunca ha sido taquillera entre la comunidad estratégica mexicana. El Consejo de Seguridad Nacional (que en paz descanse) nunca tuvo un comité de seguridad hídrica y la ley de seguridad nacional no menciona ni de pasada al cambio climático o a la falta de agua como amenazas a la estabilidad de la comunidad política de los mexicanos.


            El derecho de la seguridad nacional mexicano tiene un claro sesgo militarista, a saber, parte de la asunción de que sólo la violencia en sus diferentes expresiones (delincuencia organizada, terrorismo, insurgencia) constituye una amenaza a la seguridad de los habitantes de este país, y que por lo tanto, la mejor forma de responder a esa violencia es con la violencia del estado (ejercida por los servicios de inteligencia, las fuerzas armadas, las policías y las fiscalías). Hoy, una vez más, la naturaleza nos muestra que su potencial destructivo excede por mucho a toda la violencia que puede desplegar el ser humano. Ni el Mencho ni el Chapo podrían aspirar a generar el caos que producirá dejar a millones de personas sin agua. Ni mil Culiacanazos se le pueden comparar. No hay ejército o guardia nacional que pueda suplir las carencias de un sistema de aguas y drenajes que no ha tenido una inversión significativa en décadas. La sed y las balas no se llevan bien.


            Y así como hoy es la seguridad hídrica, conforme avancen los años el sistema de seguridad nacional seguirá encendiendo cada vez más nuevos indicadores de alarma fruto de negligencias de años. En materia de seguridad nuclear, la planta de Laguna Verde es una bomba de tiempo por falta de mantenimiento. En materia de seguridad energética, cometemos un error histórico por apostar en la construcción y adquisición de infraestructura para procesar y distribuir combustibles fósiles cuando están al borde de agotarse. En materia de seguridad ambiental, nada se está haciendo para prospectar las migraciones que provocará el incremento del nivel de mar en los próximos dos siglos.


            Mientras sigamos asumiendo que la seguridad nacional consiste en corretear al Chapo, docenas de riesgos y amenazas a la vida y patrimonio de los mexicanos se nos escaparán por debajo de las narices hasta que, como en el caso del agua, la crisis nos golpee y no haya absolutamente nada que se pueda hacer para reaccionar frente a ella en el corto plazo.


            La seguridad nacional no es sólo el ámbito de los militares, policías, fiscales o analistas de inteligencia. Es un quehacer que requiere de profesionistas de muchas disciplinas. Médicos para la bioseguridad, informáticos para la ciberseguridad, economistas para la seguridad económica. Tan solo la rama de la Protección Civil aglomera a geólogos, químicos, meteorólogos e ingenieros para hacer frente a los peligros que rutinariamente entraña el mundo natural. Para poder anticipar apropiadamente los riesgos y amenazas a los habitantes de nuestro país, y para reaccionar a ellos, necesitamos:


·      Menos políticas de gobierno (usualmente hechas al vapor y de poca duración), más políticas de Estado, políticas transexenales, sin color partidista, orientadas al bienestar de la población y no a la victoria electoral.

·      Pluralidad de voces con experticia técnica. Los expertos en las diferentes ramas de la seguridad hacen mucho bien desde las universidades, los medios y la sociedad civil, pero podrían hacer mucho más si se les involucrara en los procesos de toma de decisiones a nivel gubernamental.

·      Desmilitarización de la política de seguridad nacional mexicana. Si en la caja de herramientas sólo cargas un martillo, es altamente probable que asumas que todos los problemas son un clavo. Y al cambio climático y a las sequías no le hacen nada ni las guardias nacionales, ni las mesas de construcción de paz, ni los cambios en los colores de las patrullas.

           

 

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