México: ¿aliado de la OTAN? Cabo de turno
11 mar 2022
Víctor Hernández
Durante el sexenio del presidente Enrique Peña Nieto, el Ejército Mexicano adoptó una serie de medidas para homologarse con la OTAN, este cambio responde a la doctrina de plug and play.
Durante el sexenio del presidente Enrique Peña Nieto, el Ejército Mexicano adoptó una serie de medidas para homologarse con la OTAN. En primer lugar, se tomó la decisión de cambiar el fusil estándar G-3 calibre 7.62 por el FX-05 Xiuhcóatl con calibre 5.56 OTAN. Este cambio responde a la doctrina de plug and play, pilar fundamental de la interoperabilidad de los sistemas de armamento utilizados por los países de la alianza atlántica.
El concepto de plug and play se origina del mundo de la informática. A pesar de que hay miles de compañías que fabrican USBs, audífonos y teclados, todos ellos tan solo necesitan instalar un pequeño driver precargado cuando se conectan por primera vez y listo, pueden empezar a usarse. El mismo principio rige la industria militar de los países de la OTAN. Si tengo que desplegar aviones caza de fabricación norteamericana en Polonia para responder a una agresión militar, pero al aterrizar resulta que las mangueras para el combustible de fabricación polaca no son compatibles, hemos desplegado aeronaves valuadas en millones de dólares que no van a poder volar de inmediato.
Cada vez que algún país miembro de la alianza atlántica desea hacer algún ajuste tecnológico, por mínimo que sea: cambios de calibres, de sistemas de comunicaciones, de aeronaves; tiene que considerar el principio de interoperabilidad.
El segundo cambio implementado a finales del sexenio pasado, de naturaleza simbólica, fue el ajuste de los uniformes. En general, los uniformes de campaña de la OTAN muestran la jerarquía de cada soldado en el cuello de la camisola:
Tradicionalmente, los uniformes de campaña del Ejército Mexicano (tradición que aún se mantiene en los uniformes administrativos y de gala) portaban la jerarquía en las sobrehombreras. Ahora están homologados al estilo OTAN con la jerarquía y adscripción visible en el cuello en 2 rectángulos[1]:
La justificación que se le dio a los soldados fue la siguiente: a partir de ese momento, México es un país aliado de la OTAN.
No queda claro cuál es el fundamento jurídico de dicha alianza. Ciertamente no fue un tratado, pues de serlo el Senado lo habría ratificado. ¿Habrá sido un acuerdo verbal entre los mandos militares de ambos países? ¿Es una expectativa tácita? Sea cual sea el caso, ser “aliados” de la OTAN, para efectos jurídicos, implica algunos costos y prácticamente ningún beneficio. Podemos ser llamados a defender la alianza, pero al no ser México un Estado miembro, no gozamos de la protección del artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte (un ataque contra un miembro es un ataque contra todos).
Ser aliado de la OTAN, wathever that means, ni siquiera es un estatus oficial reconocido por la alianza. Países como Colombia, por ejemplo, que no es miembro (aún) de esta organización, tiene el estatuto de “socio estratégico”, y por tanto, tiene voz (aunque no voto) en la alianza. Al ritmo actual, es muy probable que en el transcurso de la próxima década México inicie su aplicación oficial para convertirse en miembro de la OTAN. Somos parte fundamental de la defensa continental de los Estados Unidos en caso de una agresión militar convencional y nuestra Ley de Seguridad Nacional está calcada de los intereses norteamericanos[1]. Sin embargo, este proceso difícilmente ocurrirá sin contratiempos. Aunque la Armada de México desde tiempo atrás ya había homologado sus uniformes, calibres y sistemas de armamento con su contraparte estadounidense, y ha tenido históricamente una relación cordial con las agencias de seguridad norteamericanas, el Ejército Mexicano cuenta con mandos de corte más conservador y nacionalista.
Tres intervenciones norteamericanas en territorio mexicano perduran en nuestra memoria militar: la guerra de 1846, la invasión de Veracruz en 1914 y la expedición punitiva de 1916. Tan es así que el plan DN-I, el plan de defensa exterior que nuestras Fuerzas Armadas han ensayado y preparado por décadas, se formula desde la hipótesis de una invasión norteamericana. Ante nuestra incapacidad de ganar una guerra convencional contra los norteamericanos, el plan está diseñado para convertir México en la pesadilla de los norteamericanos, una guerra de guerrillas altamente organizada entre la sociedad civil y las tropas en el activo. Tras el estrepitoso fracaso del Ejército norteamericano en conflictos como Vietnam, Irak y Afganistán, el gobierno mexicano sólo tiene que emboscar a los invasores hasta que, después de años de desgaste material y humano, se retiren, tal y como han hecho en los citados conflictos.
Ingresar a la OTAN podría representar, para muchos generales, la renuncia al último resquicio de soberanía que tiene el gobierno mexicano con respecto de los Estados Unidos. Sin embargo, la tendencia queda clara. El año pasado el Secretario de Defensa de Joe Biden, el general Lloyd Austin, planteó la posibilidad del ingreso de México a la alianza[2]. Varios intentos del gobierno mexicano de acercarse económica, tecnológica y militarmente a potencias como China y Rusia han generado manotazos estadounidenses (algunos públicos, otros no).
Algunos de estos casos son:
La cancelación del proyecto multimillonario del tren México-Querétaro encargado a una empresa china en 2014[3].
La presión del gobierno norteamericano para prevenir la compra de helicópteros Mi-17 al gobierno ruso en 2020[4].
La campaña norteamericana contra los desarrollos tecnológicos Huawei bajo sospechas de espionaje. Esta última es particularmente irónica, pues todas las compañías de software norteamericanas están obligadas por ley a proveer de información a sus agencias de seguridad so pretexto de seguridad nacional. Las revelaciones de WikiLeaks de Edward Snowden indican que este marco normativo se ha utilizado para espiar a los jefes de Estado de países aliados como Alemania, Francia, y por supuesto, México[5].
Valdría la pena preguntarse en el contexto de la coyuntura actual, si no somos “miembros” ni “socios” de la OTAN, pero sí “aliados”, ¿eso cómo nos deja parados frente a la guerra entre Rusia y Ucrania? Para responder esta pregunta incómoda, los espero en mi próxima columna. Victor A. Hernández Ojeda es especialista en seguridad nacional y docente en temas selectos de filosofía política, análisis político y Relaciones Internacionales. Twitter: @Arbitrus1805 [1] A costa de relegar muchos flagelos a la seguridad nacional propios de México pero que no son de interés para los EEUU. [2] Cfr. Javier Oliva Posada, “¿México en la OTAN?”, La Jornada, 21 de noviembre de 2021. [3] Cfr. Sebastián Barragán, “China reclama a México 11 mil millones por cancelación del Tren México-Querétaro”, Aristegui Noticias, 22 de noviembre de 2017. [4] Cfr. “Alertan por sanciones de EU a México por compra de helicópteros a Rusia”, El Universal, 13 de febrero de 2020. [5] Cfr. James Regan y Mark John, “NSA spied on French presidents: WikiLeaks”, Reuters, 23 de junio de 2015. Cfr. Alberto Nájar, “Por qué México no reaccionó como Brasil y Francia ante el espionaje de EE.UU, BBC, 21 de octubre de 2013.
[1] Esta época de transición de armamento, calibres y uniformes fue fuente de innumerables anécdotas. Los soldados mexicanos esperaban un incremento sustantivo en su movilidad al transicionar al fusil G-3. Un calibre menos pesado significa cargadores con mayor capacidad y más ligeros, así como una reducción en el tamaño y peso del arma. Sorprendentemente, los ingenieros militares mexicanos no lograron más que una reducción de 400 gramos con respecto del G-3, sacrificando de esa manera poder de fuego, pero sin ganar mayor movilidad en el terreno. En segundo lugar, hubo ocasionalmente algunos mandos que, no acostumbrados a los nuevos parches de velcro, ordenaron a su personal coser a mano los portanombres e insignias al velcro. Pero incluso tras una transición medianamente atropellada, la misión se había cumplido, mostrar gestos de amistad con la OTAN.