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Después del huracán: cómo el cambio climático redefine las Relaciones Internacionales.

5 nov 2025

Malena Lang Hall

El cambio climático se ha convertido en una de las principales amenazas del siglo XXI. No solo por sus consecuencias ambientales, sino también por sus efectos sociales, económicos y políticos, que transforman las dinámicas internacionales. Ser internacionalista hoy implica comprender que las catástrofes naturales no son hechos aislados, sino expresiones de una crisis global que trasciende fronteras y desafía los marcos tradicionales de cooperación.


 El reciente huracán Melissa, que golpeó duramente a Jamaica y otras islas del Caribe en octubre de 2025, es una muestra clara de esta nueva realidad. Los fenómenos meteorológicos extremos son cada vez más frecuentes e intensos, y las comunidades más vulnerables suelen ser las que menos responsabilidad tienen en su origen. En ese contexto, la tarea del internacionalista se vuelve esencial: analizar los impactos globales del cambio climático, comprender las respuestas multilaterales y promover soluciones que integren justicia ambiental, solidaridad internacional y desarrollo sostenible.


El cambio climático como desafío global y multilateral

Desde la firma del Acuerdo de París (2015), la comunidad internacional reconoció la necesidad de actuar de manera conjunta para limitar el aumento de la temperatura global. Sin embargo, las promesas de reducción de emisiones no siempre se cumplen, y las conferencias climáticas suelen dejar en evidencia las tensiones entre países desarrollados y en desarrollo.

Imagen recuperada de Buenos Aires Ciudad
Imagen recuperada de Buenos Aires Ciudad

El cambio climático expone un dilema central de las Relaciones Internacionales contemporáneas: quién debe asumir la responsabilidad de actuar y quién paga los costos de no hacerlo. Mientras los países del Norte global han contribuido históricamente con la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero, son los del Sur quienes enfrentan las peores consecuencias. Este desequilibrio revela las desigualdades estructurales del sistema internacional y pone a prueba la eficacia de los organismos multilaterales.


 En este escenario, el rol del internacionalista es clave para analizar y proponer vías de cooperación que superen las divisiones tradicionales. La gobernanza ambiental no puede limitarse a declaraciones de buena voluntad: necesita mecanismos de financiamiento justo, transferencia tecnológica y adaptación local, especialmente en regiones vulnerables como el Caribe, África o el Sudeste Asiático.

Huracán Melissa y la vulnerabilidad del Caribe


El huracán Melissa, que afectó a Jamaica, Cuba, Haití y República Dominicana, se suma a una larga lista de eventos extremos que golpean periódicamente al Caribe. Estas islas, dependientes del turismo y de economías frágiles, se encuentran en la primera línea del impacto climático. En cuestión de horas, un huracán puede destruir infraestructura, desplazar comunidades enteras y dejar secuelas económicas que tardan años en repararse.


Más allá de la catástrofe humanitaria, estos fenómenos también tienen implicancias geopolíticas y diplomáticas. La gestión de la ayuda internacional, la coordinación de respuestas de emergencia y la reconstrucción posterior involucran a múltiples actores: gobiernos nacionales, organismos internacionales (como la ONU, el PNUD o la OEA), ONGs y empresas privadas. Por su parte, la ONU intensifica las labores de socorro, movilizando suministros para ayudar a las comunidades gravemente perjudicadas. UNICEF declaró que mas de 700.000 niños han sido afectados por el huracán Melissa


Imagen recuperada de Naciones Unidas
Imagen recuperada de Naciones Unidas

Además, el Caribe se enfrenta a un dilema estratégico: depender de la ayuda externa o fortalecer su autonomía regional. En los últimos años, se han impulsado proyectos de cooperación climática dentro de la Comunidad del Caribe (CARICOM) y el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), pero la falta de recursos limita su alcance. Aquí es donde la mirada internacionalista puede aportar valor: promoviendo redes de cooperación sur-sur, diplomacia climática y estrategias que fortalezcan las capacidades locales frente a las crisis.


Cambio climático y desplazamientos forzados

Uno de los efectos más preocupantes del cambio climático es el aumento de los refugiados ambientales. Millones de personas se ven obligadas a abandonar sus hogares por sequías, inundaciones, incendios o tormentas. Sin embargo, el Derecho Internacional aún no reconoce formalmente a los desplazados climáticos, dejándolos en una zona gris jurídica y política.


Ser internacionalista en este contexto implica cuestionar los marcos normativos vigentes y pensar nuevas categorías de protección. El ACNUR y la OIM han comenzado a trabajar en el tema, pero aún falta un consenso global. Este vacío evidencia cómo el cambio climático no solo es un problema ambiental, sino también un desafío ético y político: obliga a repensar los conceptos de soberanía, frontera y ciudadanía desde una perspectiva más humana y solidaria.


Imagen recuperada de Equilibrium Global
Imagen recuperada de Equilibrium Global

La diplomacia climática y el rol de la juventud

Frente a la parálisis de muchos gobiernos, los jóvenes y la sociedad civil se han convertido en actores fundamentales del activismo climático. Movimientos como Fridays for Future, impulsado por Greta Thunberg, o redes regionales como Latinoamerica Sustentable, muestran cómo la diplomacia se está transformando. Los diplomáticos del futuro no sólo negocian tratados: también comunican, movilizan y generan conciencia global.


Imagen recuperada de DW
Imagen recuperada de DW

La crisis climática es, ante todo, una crisis de gobernanza global: pone a prueba la solidaridad internacional, la capacidad de coordinación multilateral y la voluntad política de transformar un modelo de desarrollo que ha demostrado ser insostenible.


El cambio climático redefine lo que significa ser internacionalista en el siglo XXI. Ya no se trata únicamente de entender las relaciones entre Estados, implica mirar más allá de las fronteras, construir puentes de cooperación y entender que el futuro del planeta depende de una diplomacia que no solo negocie, sino que también actúe.


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