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Diplomacia que salva vidas: México y el desarme nuclear en América Latina

9 oct 2025

Alexa Núñez

México lideró la agenda de desarme nuclear en América Latina con el Tratado de Tlatelolco como un modelo global de paz

Introducción


En la historia nacional mexicana solemos recordar a personajes como Miguel Hidalgo o a otros héroes. Sin embargo, rara vez se habla del gran peligro que enfrentaba América Latina y el Caribe durante la Guerra Fría: la amenaza nuclear. Mucho menos se reconoce el papel fundamental que desempeñó Alfonso García Robles al impulsar un marco jurídico que protegió a la región de posibles amenazas nucleares y que es constantemente olvidado en la historia patria.


Conocer esta parte de la historia resulta indispensable para comprender cómo México y América Latina se convirtieron en pioneros en la construcción de su seguridad a través del desarme, en un mundo donde con frecuencia se apuesta por las armas más destructivas como medio de protección. Este trabajo analiza el contexto, los actores y el legado del Tratado de Tlatelolco, así como la importancia histórica del liderazgo mexicano en la diplomacia del desarme.


Contexto internacional


La era nuclear comenzó oficialmente el 16 de julio de 1945, a las 5:30 de la mañana, con la Prueba Trinity, realizada por el gobierno de Estados Unidos en Alamogordo, Nuevo México, como parte del Proyecto Manhattan. Este fue el primer ensayo nuclear de la historia y marcó el inicio de una carrera armamentística cada vez más letal, en la que las potencias buscaban alcanzar y superar las capacidades de sus rivales.


Semanas después, se produjo el primer y único uso bélico de las armas nucleares contra la humanidad: los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945, respectivamente. Las bombas Little Boy y Fat Man causaron la muerte inmediata de más de 100,000 personas, además de dejar profundas secuelas físicas, psicológicas y ambientales que persisten hasta hoy.


Ese mismo año, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó su primera resolución histórica, la Resolución 1 (I), mediante la cual se creó una comisión encargada de estudiar los problemas derivados del descubrimiento de la energía atómica. Desde entonces, quedó plasmada la voluntad internacional de avanzar hacia el desarme nuclear general y completo, aunque la realidad política pronto demostró lo difícil de este objetivo.


La expansión del club nuclear avanzó rápidamente: la Unión Soviética llevó a cabo su primera prueba el 29 de agosto de 1949 en Semipalatinsk, Kazajstán, gracias en parte al espionaje sobre el programa estadounidense. El Reino Unido probó su primera bomba el 3 de octubre de 1952, seguido por Francia el 13 de febrero de 1960 y China el 16 de octubre de 1964, con apoyo de la Unión Soviética. A estos países se sumaron posteriormente India (18 de mayo de 1974), Pakistán (28 de mayo de 1998) y Corea del Norte (9 de octubre de 2006).


Ensayos nucleares: impactos globales y humanos


Las armas nucleares se definen como explosivos basados en reacciones nucleares, acompañados de sus sistemas vectores. Desde su aparición, los ensayos nucleares se convirtieron en un requisito indispensable para los Estados con ambiciones estratégicas, pues más allá de probar la eficacia técnica de los dispositivos, cada prueba constituía también un mensaje político y de poder hacia la comunidad internacional.


Lo problemático es que, en la mayoría de los casos, los ensayos no se realizaron en los territorios metropolitanos de los Estados poseedores, sino en regiones periféricas o coloniales. Así, durante la Guerra Fría, Estados Unidos utilizó amplias zonas del Pacífico y la Unión Soviética lo hizo en Kazajstán, exponiendo a poblaciones enteras a niveles de radiación devastadores. Un estudio de 2019 reveló que algunas islas del Pacífico presentaban niveles de radiación mil veces superiores a los registrados en Chernóbil o Fukushima.


Los efectos de los ensayos nucleares son permanentes: afectan al medio ambiente, representan una amenaza extrema para la biodiversidad y generan consecuencias letales para la salud humana. Se han documentado quemaduras graves en personas a kilómetros de distancia de las detonaciones, así como daños en pulmones, hemorragias internas y aumento de enfermedades relacionadas con la radiación.


En cuanto a sus modalidades, los ensayos se llevaron a cabo en la atmósfera, bajo tierra y bajo el agua. En total, se han detonado alrededor de 2,500 artefactos nucleares, liberando una energía estimada en más de 540 megatones sobre la superficie terrestre.

Otro de los impactos más alarmantes ha sido la lluvia radiactiva. Durante las décadas de 1950 y 1960, las pruebas de Estados Unidos y la Unión Soviética alteraron incluso la formación de nubes a miles de kilómetros de los sitios de detonación, aumentando en un 24 % el promedio de lluvias en los días con mayor radiactividad.


Finalmente, este escenario de proliferación y devastación explica por qué la comunidad internacional no se ha limitado a hablar de la eliminación de las armas nucleares, sino también de conceptos más amplios como el desarme, que incluye la limitación, control y reducción de arsenales y sus sistemas vectores.


Contexto regional


Mientras los programas nucleares avanzaban en distintas partes del mundo, los países latinoamericanos y caribeños vivían en medio de una desconfianza generalizada. Esta situación se agudizó con la Guerra Fría y, en particular, con la Crisis de los Misiles en 1962, que demostró que, aun sin ser parte directa del conflicto entre las superpotencias, América Latina podía verse involucrada en sus consecuencias bélicas más trágicas.


Como primer paso hacia la creación de una zona libre de armas nucleares, el 29 de abril de 1963 Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador y México suscribieron una declaración conjunta sobre la desnuclearización de América Latina. En ella, los gobiernos manifestaron su disposición a firmar un acuerdo multilateral en el que los países se comprometieran a no fabricar, recibir, almacenar ni ensayar armas nucleares ni sus sistemas de lanzamiento. Esta iniciativa fue respaldada por la Asamblea General de las Naciones Unidas mediante la resolución 1911 (XVIII), aprobada el 27 de noviembre de 1963.


Posteriormente, México convocó a la Reunión Preliminar sobre la Desnuclearización de América Latina (REUPRAL), celebrada en la Ciudad de México del 23 al 27 de noviembre de 1964. En esta reunión se decidió crear la Comisión Preparatoria para la Desnuclearización de América Latina (COPREDAL), encargada de elaborar un anteproyecto de tratado multilateral. La comisión, presidida por el embajador Alfonso García Robles, celebró cinco periodos de sesiones entre 1965 y 1967.


El 12 de febrero de 1967 la COPREDAL aprobó por unanimidad el Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en la América Latina, el cual fue abierto a la firma el 14 de febrero en la sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores, ubicada en el barrio de Tlatelolco. Desde entonces se le conoce como Tratado de Tlatelolco, constituyéndose en el primer instrumento internacional que estableció una zona libre de armas nucleares en el mundo.


El Tratado de Tlatelolco para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina y el Caribe y Alfonso García Robles


En parte, el éxito del Tratado de Tlatelolco recae en que incluyó la participación de observadores que legitimaron a nivel internacional el proceso del tratado, además de involucrar a los seis Estados extrarregionales poseedores de armas nucleares.


El Tratado de Tlatelolco consta de su preámbulo y dos protocolos adicionales. Empezando con el preámbulo, este cuenta con ocho metas que han perdurado por 58 años: fin de la carrera armamentista, en especial la nuclear; consolidación de un mundo en paz fundado en la igualdad soberana de los Estados; prohibición total de las armas nucleares y de todo tipo de armas de destrucción en masa; desarme general y completo bajo un control internacional eficaz; prevención de la proliferación de las armas nucleares; mantenimiento de la paz y la seguridad en las zonas militarmente desnuclearizadas; uso de la energía nuclear exclusivamente para fines pacíficos; y derecho al máximo y más equitativo acceso posible a esta fuente de energía para acelerar el desarrollo económico y social.


Con el Tratado de Tlatelolco se ha estado más cerca de la meta del desarme nuclear, debido a que la prohibición delegitima y hace más inviable la existencia, posesión, adquisición, desarrollo, amenaza de uso y uso. El preámbulo del tratado inspira a los Estados parte a promover el desarme más allá de la región latinoamericana y caribeña.

Este tratado fue el primer instrumento de derecho internacional en prohibir las armas nucleares de todas las formas posibles.


El concepto de Zonas Libres de Armas Nucleares (ZLAN) fue adoptado mediante la Resolución 3472 (XXX) por la Asamblea General, lo que significa que el Tratado de Tlatelolco estableció y puso en funcionamiento este régimen legal incluso antes de ser codificado, siendo un gran logro para la diplomacia de la región.


El Protocolo Adicional I está dirigido a los Estados que de jure o de facto tengan territorios bajo su responsabilidad internacional en la zona de aplicación del Tratado de Tlatelolco. Tales Estados se comprometen jurídicamente a respetar, dentro de sus territorios administrados internacionalmente, el estatuto de desnuclearización con fines bélicos definido en los Artículos 1, 3, 5 y 13 del Tratado. El Protocolo Adicional I ha sido firmado y ratificado por Estados Unidos, Francia, los Países Bajos y el Reino Unido.


El Protocolo Adicional II está dirigido a los Estados poseedores de armas nucleares. Dichos Estados se comprometen jurídicamente a no contribuir en forma alguna a que, en los territorios a los que se aplica el Tratado de Tlatelolco, se realicen actos que violen las obligaciones del Artículo 1. Asimismo, se comprometen a no emplear armas nucleares ni a amenazar con su uso contra las Partes Contratantes. El Protocolo Adicional II ha sido firmado y ratificado por China, Estados Unidos, Francia, el Reino Unido y Rusia.


Además, el Tratado de Tlatelolco fue el primer instrumento de derecho que definió a las armas nucleares específicamente en su artículo 5:

“Todo artefacto que sea susceptible de liberar energía nuclear en forma no controlada y que tenga un conjunto de características propias del empleo con fines bélicos. El instrumento que pueda utilizarse para el transporte o la propulsión del artefacto no queda comprendido en esta definición si es separable del artefacto y no parte indivisible del mismo.”


Por otro lado, el tratado establece en su artículo 7 un sistema de control para asegurar que las obligaciones se cumplan. Así nace el Organismo para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina y el Caribe (OPANAL), el único organismo internacional dedicado en exclusiva a la no proliferación y al desarme nuclear. Está integrado por tres órganos principales: la Conferencia General, el Consejo y la Secretaría. Como parte de este sistema, el tratado prevé que cada parte negocie acuerdos multilaterales o bilaterales con el Organismo Internacional de Energía Atómica para la aplicación de salvaguardias. Esto se concretó en el acuerdo de cooperación entre el OIEA y OPANAL en 1972.


Debido a su esfuerzo y liderazgo en este tema, y por concretar este tratado visionario, Alfonso García Robles recibió el Premio Nobel de la Paz en 1982, siendo el primer mexicano en obtenerlo. Se le conoce como el arquitecto del Tratado de Tlatelolco. Sin embargo, su larga trayectoria en la diplomacia mexicana también fue clave: se desempeñó como secretario de Relaciones Exteriores y como representante permanente de México ante el Comité de Desarme de la ONU en Ginebra. Además, fue autor de más de trescientos estudios sobre temas internacionales.


Gracias al Tratado de Tlatelolco, se ha garantizado por 58 años que no haya armas nucleares en una zona de más de 80 millones de km² y densamente poblada con más de 600 millones de personas, gracias a los 33 Estados miembros pertenecientes a América Latina y el Caribe. Al ser la primera Zona Libre de Armas Nucleares en un área altamente poblada, inspiró la creación de otras en diferentes regiones del mundo.


¿Por qué México está a favor del desarme?


La participación de México en el desarme no se limita únicamente al Tratado de Tlatelolco. El país ha impulsado la creación de zonas libres de armas nucleares, la elaboración de un programa comprensivo de desarme y la convocatoria de una Conferencia Mundial de Desarme, además de intervenir activamente en negociaciones como el SALT entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Entre 1972 y 1976, México promovió cinco resoluciones en la ONU que exigían a las superpotencias acelerar las negociaciones y reducir de forma sustancial sus arsenales nucleares.


A lo largo de los años, las potencias nucleares han gastado miles de millones de dólares con fines bélicos, superando frecuentemente el producto interno bruto de países en vías de desarrollo y siendo casi treinta veces mayor que la ayuda exterior destinada a estas naciones. Esta inversión en armamento, en vez de educación, salud y desarrollo, ha generado arsenales capaces de aniquilar a millones de seres humanos—incluso más personas de las que actualmente habitamos la Tierra. Como señaló el diplomático Miguel Marín Bosch, “como país en vías de desarrollo, México no puede sino condenar el derroche que representa la carrera de armamentos; como país de vocación pacifista, no puede sino oponerse a todo lo que signifique preparación para la guerra. Para México, luchar por el desarme significa defender los principios tradicionales de su política exterior y fortalecer la Organización de las Naciones Unidas”.


Para México, el desarme no solo significa seguridad, sino también liberación de energías, recursos, científicos y trabajo, como lo expresó el presidente Luis Echeverría ante la Asamblea General en 1975. El país ha procurado que los acuerdos de desarme se traduzcan en medidas concretas, con voluntad política y participación efectiva de todos los involucrados.


Conclusión


El debate entre Estados poseedores y no poseedores de armas nucleares sigue siendo uno de los mayores dilemas de la seguridad internacional. Actualmente, existen 12,331 ojivas nucleares en manos de nueve Estados (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Rusia, India, Israel, Pakistán y la RPDC), lo que refleja la vigencia del riesgo.


Desde la primera guerra registrada en Mesopotamia en el 2700 a.C., la humanidad se ha especializado en perfeccionar las formas más letales de violencia. En ese sentido, cobran aún más relevancia las negociaciones que dieron vida al Tratado de Tlatelolco, especialmente considerando la posición de América Latina y el Caribe frente a las potencias nucleares.


Este tratado nos enseña que, incluso en contextos de gran tensión como la Guerra Fría —marcados por ensayos nucleares y la confrontación entre superpotencias—, es posible alcanzar acuerdos de paz y de seguridad colectiva. Gracias a él, por más de cinco décadas, más de 60 millones de personas en la región han vivido libres de la amenaza nuclear.


Además, en un contexto donde las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas relativas al desarme y a la regulación de armamentos resultaban poco precisas —y considerando que pocos días después de su firma estallaron las primeras armas atómicas—, México ha desempeñado un papel fundamental al impulsar procesos concretos de desarme y al condenar las carreras armamentísticas por sus efectos adversos.


Hoy, más que nunca, el desafío es mantener viva esa tradición diplomática y proyectarla hacia nuevas generaciones de tratados que frenen la modernización de arsenales, limiten la proliferación y avancen hacia el desarme general y completo.


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