
17 sept 2025
Alexa Núñez
Alexa Núñez analiza cómo los conflictos armados afectan de manera desproporcionada a mujeres y niñas, quienes sufren violencias específicas como la sexual, la limitación de acceso a la educación y a servicios básicos.
Introducción
¿Será posible que, con el paso del tiempo, en lugar de volvernos más empáticos nos hayamos acostumbrado al uso de la fuerza? La Organización de las Naciones Unidas nació con el propósito de mantener la paz y la seguridad internacionales, pero hoy tenemos el mayor número de situaciones de conflicto en todo el mundo, el más alto registrado desde la Segunda Guerra Mundial. Esta situación evidencia una preocupante normalización de la guerra, donde la violencia se percibe como una respuesta lógica e inevitable. Sin embargo, los conflictos no afectan a todas las personas de la misma manera: mujeres y niñas suelen ser víctimas de violencias específicas, al mismo tiempo que desempeñan un papel crucial como constructoras de paz. Analizar su papel en este contexto resulta fundamental para comprender los retos de la seguridad internacional.
Marco conceptual y jurídico
Amnistía Internacional define el conflicto armado como un enfrentamiento violento entre dos grupos humanos de gran escala, que ocasiona muertes y destrucción material, y que puede clasificarse en internacional o no internacional. Resulta fundamental precisar este concepto, ya que en el marco de estos conflictos se producen múltiples violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario (DIH). En este contexto, las mujeres y las niñas se ven particularmente afectadas, pues enfrentan formas específicas de violencia y vulneración.
En el ámbito jurídico, tanto la Corte Penal Internacional (CPI) como el Estatuto de Roma de 1998 han incorporado avances en la tipificación de delitos vinculados a la violencia en contextos de conflicto. Se reconoce que la violencia sexual puede constituir no solo un crimen de guerra y de lesa humanidad, sino también, en determinadas circunstancias, una práctica genocida.
El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha abordado estas problemáticas mediante diversas resoluciones, entre las que destacan la Resolución 1960, que establece un sistema de rendición de cuentas para la violencia sexual relacionada con los conflictos, y la Resolución 2122, que enfatiza la necesidad de contar con ayuda humanitaria que garantice el acceso a servicios de salud sexual y reproductiva.
Aunque la violación, la esclavitud sexual y otras formas de violencia sexual cometidas en el marco de un conflicto armado están tipificadas como crímenes de guerra, la realidad demuestra que mujeres y niñas continúan siendo víctimas de estas prácticas sistemáticas. Esta persistencia no solo revela la insuficiencia de los mecanismos de protección, sino que además profundiza la desigualdad de género.
Impacto de los conflictos armados en mujeres y niñas
Según UNICEF, los conflictos generan aproximadamente el 80% de todas las necesidades humanitarias en el mundo, ya que ocasionan la interrupción de servicios esenciales como el agua potable, los alimentos y la atención médica. Dentro de estas dinámicas, las mujeres y las niñas enfrentan impactos diferenciados y desproporcionados que vulneran de manera sistemática sus derechos fundamentales.
Violación al derecho a la educación: En situaciones de conflicto, las niñas tienen un 90% menos de probabilidad de tener acceso a la educación que los niños en zonas de conflicto. Esta exclusión educativa suele estar acompañada de prácticas como el matrimonio infantil, trabajo forzado o el reclutamiento como niñas soldados.
Violencia sexual como arma de guerra: La violencia sexual se ha consolidado como una táctica de guerra utilizada para sembrar terror, deshumanizar a las víctimas y fracturar comunidades. El abuso sexual ha sido empleado sistemáticamente como herramienta de tortura y dominación.
Acceso a salud, saneamiento y servicios básicos: Durante los conflictos armados, las mujeres enfrentan barreras críticas en el acceso a salud, en especial en lo relativo a la salud menstrual y obstétrica. La falta de baños seguros, productos de higiene y atención especializada incrementa riesgos de violencia, infecciones y exclusión social. La salud menstrual, además suele permanecer invisibilizada, lo que agrava la situación y obliga a muchas personas a recurrir a prácticas insalubres, como el uso de trapos o papel, en condiciones de absoluta falta de privacidad
Actualmente, se registran alrededor de 30 conflictos armados en el mundo, según el Global Conflict Tracker, que varían desde guerras interestatales hasta enfrentamientos internos. En todos ellos se reproducen patrones de violencia contra mujeres y niñas. En Etiopía, soldados eritreos han sido denunciados por violación y esclavitud sexual; en Myanmar, fuerzas de seguridad han perpetrado violencia sexual; en Gaza, la falta de servicios de salud y productos de higiene menstrual, constituye un desafío humanitario crítico; y en Ucrania, se documentan múltiples casos de violencia sexual relacionada con la guerra. Sin importar el lugar, el cuerpo de las mujeres y niñas se convierte en botín de guerra, despojado de su dignidad y autonomía.
Roles de las mujeres en conflictos
Las mujeres y las niñas desempeñan múltiples roles durante los conflictos armados: desde profesionales de la salud, educación o el periodismo, hasta cuidadoras principales responsables de proteger a sus familias en tiempos de crisis, pasando por roles como combatientes. A pesar de estas cargas y de las violencias específicas que enfrentan, también se convierten en actores clave en los procesos de construcción de paz.
La resolución 1325 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre Mujeres, Paz y Seguridad (2000) reconoce esta centralidad al instar a los Estados a garantizar la participación plena de las mujeres en la prevención, la gestión y la solución de conflictos, así como su protección frente a la violencia sexual y otras violaciones de derechos humanos.
Sin embargo, este papel no se limita a los espacios formales de negociación. Desde lo local, las mujeres impulsan la construcción de comunidades más resilientes y menos violentas, al mismo tiempo que exigen la garantía plena de derechos e impulsan una cultura de paz. Su participación no sólo visibiliza la importancia de abordar las desigualdades estructurales de género, sino que también incrementa la efectividad de los procesos de paz.
De hecho, investigaciones demuestran que cuando las mujeres participan en estos procesos, los acuerdos alcanzados tienen un 64% menos de probabilidades de fracasar y un 35% más de probabilidades de perdurar al menos 15 años.
Conclusión
La perspectiva de género en la seguridad internacional, no se limita a reconocer el aumento de la violencia sexual en los conflictos armados, sino que también exige visibilizar la escasa representación de las mujeres en los procesos de paz. La igualdad de género es indispensable para el desarrollo humano, tal como lo establece el Objetivo de Desarrollo Sostenible 5 de la Agenda 2030, y debe construirse desde lo cotidiano: en los hogares, las comunidades y los espacios locales, para luego proyectarse en las plataformas internacionales.
La seguridad internacional ha sido concebida históricamente desde una lógica estatal, dejando de lado la seguridad humana con enfoque de género. Sin embargo, la violencia contra las mujeres constituyen un problema de seguridad en sí mismo: vivir en contextos de inseguridad y discriminación es un obstáculo directo para alcanzar la igualdad. Reconocer a las mujeres no solo como víctimas, sino como agentes centrales de paz y de transformación social es el camino hacia una seguridad internacional más inclusiva, justa y sostenible.
Imagen recuperada de: Comisión de la Verdad de Colombia https://web.comisiondelaverdad.co/actualidad/noticias/la-violencia-sexual-por-cuenta-del-conflicto-armado-era-un-tabu-no-se-hablaba-de-este-delito-lideresa-del-pacifico






