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Más allá de la frontera: el aumento de desplazamientos forzados en la primera semana de septiembre 2025


Los desplazamientos forzados dejaron de ser una excepción y pasaron a ser una de las constantes más visibles de la agenda internacional. Según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR),  hacia fines de 2024 más de 123 millones de personas en el mundo se habían visto obligadas a huir de sus hogares. Detrás de esa cifra, que parece imposible de dimensionar, hay historias atravesadas por la guerra, la violencia de actores no estatales, catástrofes naturales, sistemas políticos represivos o simplemente la falta de oportunidades mínimas para sobrevivir.


Lo interesante —y preocupante a la vez— es que no se trata de fenómenos lejanos en el tiempo o excepcionales. En tan solo la primer semana de septiembre de 2025, distintos rincones del planeta mostraron hasta qué punto los desplazamientos forman parte de la vida contemporánea: desde un asedio militar en Sudán que convierte al hambre en arma de guerra, hasta un terremoto en Afganistán que dejó a miles de familias sin hogar; desde el reciente bombardeo de Israel sobre Gaza, hasta el ataque con misiles rusos sobre Ucrania. 


Contextos distintos, causas diferentes, pero un mismo denominador común: personas obligadas a moverse en busca de seguridad, ya sea como resultado de guerras, inestabilidad política, colapsos económicos o desastres naturales, estos desplazamientos ponen en jaque la eficacia de las respuestas estatales y multilaterales, evidenciando la necesidad de construir una gestión migratoria más práctica, inclusiva y sostenible. Esta agenda global propone mirar esos cinco sucesos recientes como piezas de un mismo rompecabezas: el mapa cambiante de la movilidad forzada en el mundo.


El primer ejemplo de cómo la movilidad forzada atraviesa la agenda internacional se vivió en Sudán El 9 de septiembre de 2025, las noticias desde Al-Fashir, en Sudán, mostraban una realidad cruda: familias huyendo entre bombardeos, hospitales dañados, niños buscando comida y carreteras bloqueadas para impedir la entrada de ayuda humanitaria. La ciudad, epicentro del conflicto en Darfur, quedó bajo un asedio que combina ataques militares con un castigo aún más cruel: el uso del hambre como estrategia de guerra.


Desde mayo de 2024, casi medio millón de personas lograron escapar de Al-Fashir, pero otras 270 mil permanecen atrapadas en condiciones críticas. La ONU denunció que las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) cometieron crímenes de lesa humanidad: ejecuciones, violencia sexual, saqueos y bloqueos deliberados a la asistencia alimentaria y médica. UNICEF advirtió que los niveles de malnutrición infantil se dispararon y que miles de chicos corren riesgo de morir si no se abre un corredor humanitario. ‘Para las familias en Al-Fashir, la vida pende de un hilo. El hambre, las enfermedades, la falta de medicina y la destrucción de hospitales las han dejado sin nada a lo que aferrarse’-UNICEF, septiembre 2025. 


Niños sudaneses permanecen en un campamento de desplazados. Imagen recuperada de ACNUR 
Niños sudaneses permanecen en un campamento de desplazados. Imagen recuperada de ACNUR 

Como si fuera poco, un deslizamiento de tierra en Darfur empeoró aún más la crisis, dejando víctimas fatales y dificultando la llegada de suministros. Mientras tanto, la búsqueda de desaparecidos continúa en medio de dificultades logísticas y escasez de recursos. Esta superposición de guerra y desastre natural profundizó el colapso humanitario y obligó a más personas a desplazarse en busca de seguridad.


El caso de Sudán refleja cómo los desplazamientos no siempre cruzan fronteras: a menudo quedan invisibles, atrapados dentro del país, sin titulares internacionales que los visibilicen. Pero sus consecuencias son enormes: comunidades desarraigadas, un sistema sanitario colapsado y miles de vidas en riesgo.


Si en Sudán el desplazamiento nace de un conflicto armado donde el hambre se convierte en un arma más, en Afganistán el motor es distinto pero igual de devastador: la propia naturaleza. Un terremoto que sacudió la provincia de Kunar mostró que, aunque las causas cambien —bombas o fallas geológicas—, el resultado es el mismo: miles de personas obligadas a dejar atrás su hogar en busca de un lugar seguro.


El 8 de septiembre, un terremoto de magnitud 6,8 sacudió la provincia afgana de Kunar. En segundos, aldeas enteras quedaron reducidas a escombros: casas colapsadas, caminos bloqueados por derrumbes y hospitales improvisados incapaces de responder. El saldo fue estremecedor: más de 2.200 personas murieron y según datos de UNICEF se estima que 500.000 personas fueron afectadas,  miles quedaron desplazadas, obligadas a abandonar sus hogares destruidos y a instalarse en campamentos improvisados.


Lo dramático no fue solo la fuerza de la naturaleza, sino la fragilidad del país para responder. Afganistán arrastra décadas de conflicto que debilitaron su infraestructura y dejaron a millones en la pobreza. Tras el terremoto, comunidades enteras quedaron sin acceso a agua potable ni electricidad, y muchas familias decidieron desplazarse hacia zonas menos dañadas o hacia la capital, Kabul, en busca de ayuda y refugio seguro.


Imagen recuperada de BBC
Imagen recuperada de BBC

La emergencia también mostró cómo las normas políticas agravan la vulnerabilidad. Diversas ONGs denunciaron que las restricciones impuestas por los talibanes limitaron la asistencia a mujeres y niñas, lo que afectó directamente su posibilidad de acceder a refugio y atención sanitaria. Naciones Unidas lanzó un llamamiento urgente de 140 millones de dólares para responder a la crisis, pero el acceso humanitario seguía bloqueado en varias aldeas remotas.


Por otro lado, una noticia igual de relevante involucra a Gaza, que el 9 de septiembre, volvió a convertirse en el epicentro de la tragedia. El ejército israelí emitió una orden de evacuación masiva dirigida a los habitantes de la ciudad, advirtiendo que cerca de un millón de personas debían abandonar sus hogares ante un inminente ataque terrestre. Mientras tanto, los bombardeos ya golpeaban los barrios más densamente poblados, dejando escombros donde hasta ayer había edificios y escuelas.


El problema es que, para la mayoría, evacuar es prácticamente imposible. Muchas familias no tienen transporte ni un lugar seguro al cual ir. Las llamadas “zonas humanitarias” en el sur, están destruidas, colapsadas y carecen de recursos básicos. Organizaciones como la  Unión Europea calificaron la medida como 'inaceptable', advirtiendo que no podía realizarse “ni con seguridad ni con dignidad”. A su vez, la International Rescue Committee alertó que se trataba de personas que ya habían sido desplazadas múltiples veces en el último año, y que obligarlas a huir otra vez ponía en riesgo miles de vidas.


El desplazamiento en Gaza no se limita a cruzar una frontera: es circular de forma constante, sin rumbo fijo. Familias que ya perdieron su casa una, dos, tres veces, ahora se ven empujadas de nuevo a abandonar lo poco que reconstruyeron. Para muchos, huir es simplemente cambiar de lugar el peligro.


Como resumía una sobreviviente en Gaza 'La muerte seria mas facil que perder una parte del cuerpo. La población vive atrapada entre la vida y la supervivencia, sin certezas, sin respiro. Quedarse significa exponerse a las bombas, pero escapar significa hacerlo sin comida, sin techo y sin un futuro claro. En ambos casos, la vida se convierte en una cuenta regresiva.


Una sonrisa en medio de la destrucción de Gaza. Imagen recuperada de Amnistía Internacional. 
Una sonrisa en medio de la destrucción de Gaza. Imagen recuperada de Amnistía Internacional. 

Esa sonrisa en medio de la destrucción en Gaza, simboliza la fragilidad y el valor de la infancia en zonas de conflicto. Esa misma inocencia rota se refleja en la imagen del 'altar' de peluches en Ucrania, donde los vecinos colocan esos símbolos de ternura para recordar a los niños que murieron tras un bombardeo ruso.

Imagen recuperada de TN
Imagen recuperada de TN

A las afueras de la ciudad de Kiev, impactó sobre un edificio un misil balístico dejando 18 víctimas en total, entre ellas cuatro niños fallecidos. Ante esta tragedia, los vecinos antes de abandonar el lugar decidieron  ubicar sus peluches en la vereda. 


Mientras tanto, Ucrania se mantiene alerta por el ataque de drones rusos desde hace varios días. Además, algunos de estos drones, vulneraron el espacio aéreo polaco y obligaron a que se desplegaran aviones de combate en el país. Como consecuencia,  Polonia invoco al artículo 4 que sostiene "que los aliados se consultarán siempre que, a juicio de alguno de ellos, su integridad territorial, independencia política o seguridad se vea amenazada". El primer ministro Donald Tusk declaró que es la situación ‘más cercana a un conflicto abierto desde la Segunda Guerra Mundial’. Por su parte, la Unión Europea y los aliados ya expresaron su plena solidaridad con Polonia, condenando la agresión y comprometiéndose a reforzar la defensa común. 


Los desplazamientos forzados recientes en Sudán, Afganistán, Gaza y Ucrania muestran que millones de personas viven atrapadas entre la violencia, los desastres y la falta de protección. Quedarse ya no es seguro, pero huir tampoco garantiza un futuro digno. La comunidad internacional sigue demostrando limitaciones para responder con rapidez y eficacia. Fortalecer la cooperación multilateral, anticipar la ayuda humanitaria y garantizar corredores seguros son pasos urgentes para proteger a quienes se encuentran en el limbo de la violencia y el desastre.


Agenda Global elaborada por Malena Lang Hall, voluntaria del programa Ser Internacionalista de Global Thought.













 
 
 

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